En un día y medio, Rusia se enfrentó a la amenaza real de una insurrección armada, con el presidente Vladimir Putin prometiendo castigar a los combatientes del grupo Wagner que marchaban hacia Moscú y ocupando ciudades por el camino; antes de que un repentino acuerdo con Belarús pareciera desactivar la crisis tan rápidamente como surgió.
Pero aún queda mucho por hacer, y los expertos advierten de que no es probable que la insólita revuelta desaparezca tan rápidamente sin consecuencias.
Tras una serie de acontecimientos vertiginosos que han sido observados de cerca –y con nerviosismo– por todo el mundo y vitoreados por Ucrania, Putin debe afrontar ahora las secuelas del desafío más serio a su autoridad desde que llegó al poder en 2000.
El elocuente jefe de Wagner, Yevgeny Prigozhin, fue enviado a Belarús, aparentemente indemne, pero puede que se haya pintado una diana en la espalda como nunca antes.